martes, 29 de diciembre de 2009

aria para un solista

aria para un solista
por Kira

con quien me levanto viste muy seria y se ha engordado. la conoci cuando la ciudad iba de luces igual que su pelo. en las mañanas habla del mundo con en esa lengua que me hace extranjero. dice que pronto sera navidad. y si sale de donde esta, el televisor podre regalar.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Monster Moon


Monster Moon


Yo no sé cantar y la vida es un cruce de caminos. Una verdad y un tópico que casi lograron amargarme aquella navidad de 1957.

La noche del 23 de diciembre, cuando salía de la librería Strand Book Store, a las 8 y 27 de la noche, nevaba. En el número 828, justo en la esquina de la calle Broadway con la calle 12, las luces de la tienda lograban crear un efecto visual en el que los copos de nieve caían en un rectángulo iluminado. Parecía que fuera de ese rectángulo no continuara la nieve. Por toda la ciudad, y gracias a las luces de los miles de escaparates, la nieve caía extendida en lienzos con formas geométricas.

Abandoné la Strand Book Store muy contenta conmigo misma porque había conseguido realizar mis compras para los regalos de navidad: algunos libros publicados en 1957 y que estaban dando mucho juego a los críticos literarios del The New Yorker. Entre otros títulos, llevaba dentro de mi bolsa de papel marrón, bien envueltos en papel de regalo, Justine -el primer volumen de El cuarteto de Alejandría-, de Lawrence Durrell; Conducta verbal, del psicólogo B.F. Skinner; El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa; Desde Rusia con amor, de Ian Fleming; y En el camino, de Jack Kerouac (que me había autoregalado). Mis amigos y parientes Michael, Mona, Lisa, Leo y Beth seguramente me lo agradecerían.
Yo estaba tan contenta que ni me daba cuenta de que al salir de la librería, iba canturreando una casi inaudible melodía sin letra tipo "na, na, over the rainbow... na, na, ná...". Así durante tres manzanas más a lo largo de la calle Broadway cuando, al pararme en un semáforo, alguien me dijo:

- Señorita, ¿le apetece tomar un Monster Moon en el bar de Larry para brindar por el espíritu de la Navidad?

Me giré porque la frase me pareció de lo más manida y extraída de alguna trasnochada película de Fred Astaire. Arqueé las cejas y contemplé a aquel individuo que se atrevía a invitar de una manera tan cursi a una chica cargada con una bolsa en donde se encontraban las perlas literarias del año. Este detalle me hizo sentir muy superior a él, así que ni siquiera le contesté.
Avancé dos manzanas más y volví a pararme en otro semáforo. El tal individuo volvió a pararse junto a mí y yo soplé con gesto impaciente:

-Bueno, si no le gusta el Monster Moon, quizás podríamos tomar un Hanker. Larry los prepara como los ángeles -dijo el individuo.

Aquello iba de mal en peor. Aquel "como los ángeles" me había dejado muerta. K.O. Fuera de combate.

Continué avanzando y al cabo de otras dos manzanas, volví a pararme en el semáforo y el individuo volvió a pararse junto a mí.
-Ah, ya hemos llegado. Señorita, este paseo con usted ha sido un placer. Ahí está Larry, preparando ya mi Manhattan diario.

Giré la cabeza a la derecha y, efectivamente, en la esquina había un bar con el rótulo de Larry's. El hombre se despidió y entró en el bar. Yo continué mi camino y al cabo de 4 días comencé a recibir llamadas en las que nadie hablaba pero sí canturreaba bajito "na, ná... over the rainbow...". No sé cómo, pero aquel tipo había conseguido mi teléfono y me acosaba con llamadas intimidatorias e intempestivas.

Pasaron los días y las llamadas no cesaban. Así que tras pasar la última página de En el camino, decidí que me acercaría a Larry's, sobre las 8 y 27 de la noche, para rogarle que parara con las llamadas telefónicas.
Retomando el camino del día 23 cargada con los libros, logré encontrar el bar. Entré y el supuesto Larry estaba detrás de la barra, limpiando la madera de la misma de manera muy profesional. Pero el individuo de los semáforos no estaba allí dentro. Le pedí al camarero un Monster Moon para ver si esas dos palabras realizaban algún efecto sobre él. Como un código secreto. Me sirvió sin rechistar. Tardé como unos 15 minutos en tomármelo. Durante ese tiempo, no entró nadie en el bar y, como estaba cómoda, decidí tomarme otro para ver si aparecía el hombre de los semáforos.

Pedí un Hanker. Esta vez el camarero me miró de una manera que yo interpreté inquisitivamente. Así que me animé y le pregunté:

-¿Sabe si hoy vendrá el señor que cada día se toma su Manhattan en este bar?

-Señorita, hay varios caballeros que vienen cada día a mi bar a tomarse su Manhattan.

-Es uno que habla como en las películas de Fred Astaire. De manera un poco cursi -contesté.

-Ah, debe ser el señor Espíritu de la Navidad -contestó.

-Me está tomando el pelo. Que sepa que ese señor me llama cada día y me canta una melodía que me escuchó tararear en la calle. Comienza a darme miedo.

-Bueno, es muy perfeccionista. A lo mejor la llama para darle el tono adecuado. Quizás usted no cante muy bien, señorita -contestó Larry.

Tras un primer sorbo a mi Hanker, hice un esfuerzo por recordar el tono del Sr. Espítitu de la Navidad y canté imitándolo. Me sorprendí a mí misma porque sonaba muchísimo mejor que otras veces que yo lo hubiera tarareado.

-El Sr. Espíritu de la Navidad seguramente sabía lo que se hacía. Dijo el camarero.

Me acabé mi Hanker. Pagué y me fui a mi casa.

Las llamadas cesaron y todavía no sé si acabar de creer que esta historia me pasó verdaderamente o no. No recuerdo si aquellas navidades estuve enferma y tuve algún tipo de delirio. Lo único que sé es que en la última página de En el camino, escribí esta cita de Kavafis que no recuerdo haber escrito:

La ciudad es una jaula. / No hay otro lugar, siempre es el mismo / puerto terreno, y no hay barco / que te arranque de ti mismo.!Ah! ¿No comprendes / que al arruinar la vida entera en ese sitio, la has malogrado / en cualquier parte de este mundo?

(L.H.O.O.Q. Marcel Duchamp, 1919)

domingo, 27 de diciembre de 2009

Baltasar Tiki


Baltasar Tiki

Jeannette era una de las clientas habituales del bar. Una inglesa negra, muy simpática y de una belleza espectacular. Llegó a la Costa Brava un verano de principios de los setenta. Vino de guía turística en un autocar y se enamoró de un catalán. El amor duró hasta septiembre, pero como el clima era mucho mejor que el de Londres, decidió quedarse unos meses más en una pensión. Al poco tiempo, consiguió un trabajo de fines de semana en el Pago-Pago, el pub polinesio del pueblo. Tanto exotismo tuvo un éxito increíble, más todavía cuando volvió la temporada de verano y el pub abrió cada noche. Entre el sueldo y las propinas, vio que el dinero le permitiría vivir el resto del año casi sin trabajar. Alquiló un piso y adoptó un perro callejero al que llamó Tabú.


Jeannette se integró enseguida en el pueblo. Sobre todo porque aprendió rápidamente el catalán y cuando se dirigía a alguien, a la pescadera o al del colmado, quedaban todos gratamente sorprendidos. ¡Una negra y hablando catalán! La normalidad llegó cuando dejaron de usar con ella el castellano de los indios de las películas de vaqueros o de gesticular exageradamente para hacerse entender con señas. Aún así, no pudo evitar que sus mejores amigos del pueblo fueran extranjeros: un matrimonio inglés y dos chicas alemanas que trabajaban en una inmobiliaria. Con ellas fue por primera vez al bar, para comer el menú del mediodía. El bar se convirtió en su punto de encuentro también por la tarde y, entonces, conoció a Marcel·lí, el hijo menor de los dueños. Un niño muy extrovertido que saludaba efusivamente a los clientes y entablaba graciosas conversaciones de viejo con el primero que pillaba. Jeannette siempre tenía un momento para charlar con él. Hablaban del colegio, de los juegos, de un dibujo, de mil cosas. A ella le encantaban los niños y éste le cayó bien. Una tarde, con el permiso de sus padres, se lo llevó al Pago-Pago unas horas antes de abrir. Quería enseñarle los peces del enorme acuario que había en la pared detrás de la barra. Marcel·lí se lo pasó en grande. Juntos dieron de comer a los peces, regaron las plantas de la terraza, pusieron música, encendieron las fuentes y las luces de colores. Mientras Jeannette cargaba las neveras, Marcel·lí, sentado en una silla de mimbre Emmanuelle, bebió un zumo de frutas tropicales en un vaso de caña de bambú, que luego se quedó de recuerdo. Antes de devolver el niño a casa, le dejó tirar unos trozos de hielo seco dentro de los volcanes de cartón piedra que, con su humareda, flanqueaban el puente hacia la salida.

El segundo invierno, Jeannette recibió la visita de José el peluquero. Se encargaba de la cabalgata de reyes de aquel año y quería pedirle que hiciera ella de Baltasar. Dijo que sí casi sin pensárselo. Le hacía mucha ilusión, se sentía muy querida y era una manera de agradecer a la gente del pueblo su buena acogida. Cuando llegó el día, Pepi, la esteticién que maquillaba a los tres reyes, reía porque se había traído como cada año la pintura negra para Baltasar. Apenas hizo falta nada, sólo el vestido, la capa y un turbante.

Una cabalgata, muy modesta pero digna, avanzaba por el paseo marítimo una tarde oscura y helada bajo el habitual azote de la tramontana. El mismo viento hizo que la vela quemara el fanal de Marcel·lí. Pero él sujetaba el palo con los trozos de papel chamuscado colgando como si no hubiese pasado nada. Con la otra mano, cazaba al vuelo los caramelos que llegaban ya de la primera carroza. Al llegar la tercera, Marcel·lí no dio crédito a lo que vio: ¡El rey negro no era Baltasar, era Jeannette! Su madre insistió en que no era ella, que todo era cosa de la magia. El niño dijo ah, pero no tragó. Al día siguiente abrió los regalos bajo la sospecha. Algunos días creyó en la magia porque no volvió a ver a Jeannette por el bar. Pero una semana después, Jeannette entró por la puerta. Le preguntó a Marcel·lí por los regalos, si había caído también algo de carbón y que qué le parecía si la tarde del sábado la acompañaba a abrir el Pago-Pago. Marcel·lí respondió que no, que lo sabía todo y que no quería volver nunca más a aquel lugar.

El sábado por la mañana, Jeannette pasó a buscar a Marcel·lí para pasear juntos a Tabú. Llegaron hasta la playa, desierta en invierno. El perro corría y hacía agujeros en la arena. Los dos amigos recogieron varias conchas, un par de troncos, piedras y cristales redondos que el mar deforma y deja en la orilla después del temporal.

© Todas las ilustraciones de Shag

sábado, 26 de diciembre de 2009

Ciutadella Blues Again


Ciutadella Blues Again
Por Closeau

Mi obligación era escribir un cuento, pero no me visitaban las musas. Pasaba un día y otro día, pero la inspiración no acudía a mi encuentro. Empecé a estresarme y ya no eran días lo que faltaban para la presentación, sino apenas unas horas y tan angustiada empecé a sentirme que decidí salir a pasear un rato invadida por esa actitud a lo Scarlet O’Hara de “ya lo pensaré mañana”.
Descendí las calles del Eixample que me conducían hasta el parque de la Ciutadella, recordando con una sonrisa la intempestiva excursión propiciada por una ardilla dipsómana que me había arrastrado a la villa de Getafe hacía ya algún tiempo.

Al llegar al parque me senté en un banco y saqué la libreta que una amiga bienintencionada me había regalado con la esperanza de que por fin me decidiera a escribir sobre algo más que mi estado de eterna confusión. Lo que, como ya se habrá notado, no era tarea fácil.

Me dediqué a mirar a mi alrededor, buscando un rostro, un mineral, un vegetal, un cordero que me inspirara algo, pero me angustiaba y estaba ya al borde del llanto cuando de repente noté un familiar tirón en el pantalón. Imposible. Allí estaba mi amiga la ardilla. Esta vez en un estado más sereno que en el que la había dejado en aquel bar de Getafe.

- Buenos días, ardilla, ya veo que conseguiste volver a tu parque, espero que la resaca no fuera muy dura-

Agitando una de sus patitas me miró con cara de “no me lo recuerdes” y a continuación con la otra patita me indicó que la siguiera.

- Ardilla... que te quede muy claro que hoy no pienso ir a Getafe, ¡tengo cosas más importantes que hacer!-

Pero tiró de mi pantalón con tanta fuerza, que casi me sacó del banco. Puso sus brazos en jarra y pateó rítmicamente el suelo, a la espera de que yo me pusiera en marcha.

- Está bien... tú mandas, deboranueces –

No me lo podía creer, de nuevo estaba siguiendo a una ardilla caprichosa por la calle, ¿cuántas veces podía ocurrirme algo tan extraño? No volvería a ese parque, era demasiado arriesgado mientras este bicho lo habitara.
Para mi sorpresa, esta vez no me condujo fuera de los límites del parque. Tal vez la había juzgado a la ligera. Tal vez solo quería jugar porque no encontraba a otras ardillas en este parque y se aburría, tal vez... No, ¡tal vez no! ¡La ardilla había organizado una fiesta al lado del mamut! ¡Con todos sus amiguitos del zoo! Todos ellos preparados para la ocasión, con sus capirotes, sus matasuegras, sus collares de colores...

Y no era eso lo más impactante. Lo que más me llamó la atención es que parecían estar esperándome. Allí estaban la gatita de angora trabajadora, que abrazaba con fuerza al lobo del Eixample, que intentaba reprimir sus instintos y no comerse al canario de la Meridiana, que contemplaba anonadado al armadillo de México, que ofrecía un burrito a la ratita de Escudellers, que no dejaba de reír viendo cómo discutía el cuervo del Carmelo con el loro Cibyll Shepherd, que intentaba tirar de la cola del mapache de Getafe, que asustaba con una piraña disecada a la ardilla de la Ciutadella, que otra vez se me agarraba al pantalón temblando sin parar, y servidora, que a lo tonto había conseguido escribir un cuento de navidad...

¡FELIZ SARTÉN A MI ZOO FAVORITO!!

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad



Cuento de Navidad
por Samedimanche


Al final, la cena había estado la mar de bien. La chimenea y la calefacción mantuvieron alejados el frio y mi reticencia hacia tanta celebración. La abundante comida, sus olores, sus colores, la hermosa mesa, contribuyeron a integrarme en la conversación familiar. La bebida consiguió que mis suegros, cuñados y cuñadas, sobrinos, me pareciesen encantadores. Los regalos se manifestaron sorprendentemente acertados. Y el dichoso piano, borroso ya, consiguió que cantase de corazón.

La vuelta a casa resultó un agradable paseo por calles desiertas, heladas y limpias, barridas por una risueña brisa cristalina decidida a trasportarnos, como un fantasma de las Navidades Pasadas, hasta nuestros recuerdos más dulces.

Nuestra casa nos recibió con el olor de las ramas de eucalipto que Hannah se empeñaba en diseminar por doquier a la que asomaba el invierno. Hasta un viejo gruñón como yo sabría apreciarlo.

- ¿Te apetece una copita? ¿Enciendo la estufa? ¿O estás cansado?

La estufa. Esa impostora que simulaba contener leños ardiendo. Mientras Hannah trajinaba por el mueble bar, yo recuperaba uno de mis flamantes regalos navideños. Mi cuñado David, el soso de mi cuñado David, debió dedicar los últimos 364 días en buscar un regalo adecuado después de las chanzas que recibió el año pasado tras obsequiarme con una corbata horrorosa. Otra corbata horrorosa. Este año había recibido una ovación familiar, un abrazo y, creo recordar, un beso. Aquella maravillosa pipa de espuma de mar bien valía semejante demostración de cariño etílico.

- Ponme un whiski , cariño – pedí a mi mujer mientras me acercaba al despacho a buscar mi tabaco favorito, el de las ocasiones. ¿Qué demonios? Es Navidad, pensé.

- ¡Vaya! ¡La pantufla! Debes haberlo pasado bien esta noche…

- Elemental, querida Hannah.

Iluminados por apenas dos de aquellas lamparitas que mi mujer colocaba por doquier ascendiéndolas elegantemente al grado de “puntos de luz”, nos sentamos cerca de la estufa farsante, dispuestos a disfrutar de nuestra copa y, yo especialmente, de mi pipa nueva.

No pusimos música. No encendimos más luces. Simplemente nos tapamos con la manta ( ascendida, un “plaid” ) y sonreímos relajados apurando los últimos minutos de la Nochebuena.

- Cariño – oí la voz de Hannah en la cálida semipenumbra - ¿eres feliz?

El tiempo se convirtió en gelatina, ni sólido ni líquido. Se oyó el tintineo de los cubitos de hielo en mi copa. Se ralentizó la luz de la estufa.

Pensé en la opípara cena. Pensé en mi adorable familia política que tan bien había ocupado el hueco de mi propia e insensata familia. Pensé en Hannah, mi preciosa Hannah, aún hermosa, inteligente, ingeniosa y práctica. Pensé en nuestra preciosa casa, en nuestro jardín, en mi despacho desordenado y mío. Pensé en mi trabajo, en mis éxitos. En el reloj de oro con el que me jubilaron.

Inhalé el ambarino humo del tabaco.

El escaso tabaco que el médico me permitía tras el infarto, que guardaba en una babucha como el brillante detective que siempre quise ser y que Hannah miraba con ojos severos.

Pensé en el infarto, en las noches y los días de hospital sin el triste consuelo de haber visto siquiera un túnel de luz o una dulce vida en flashes. Sólo monitores, cables, dieta blanda, medicación y atenciones para el viejo… Y el viejo era yo.

Recordé el incendio en el que falleció mi abuela, harta de la vida y la risa con que mi abuelo contemplaba la inmolación mientras despeinaba mi cabecita de seis años.

- Si – contesté mientras me tragaba el wisky y las lágrimas -. Si Hannah, muy feliz.

martes, 22 de diciembre de 2009

Una Navidad nada común

Queen Elizabeth II
(© Annie Leibowitz, 2007)


Una Navidad nada común
Por Yosoyjulián
(Con el permiso de Alan Bennett)

¡Anda que el susto que les di con la abdicación! ¡Menuda soy a veces! La cara del Primer Ministro fue la guinda perfecta a una velada en la que me sentí, por así decirlo, algo más humana. No, no voy a abdicar, ni a escribir esas memorias de las que les hablé… De momento. Como dice Norman, lo primero que deberíamos escribir ha de ser un cuento. Una historia corta. Algo anecdótico. Tal vez relacionado con la Navidad, aunque suene ha socorrido, para obsequiar a los pequeños de la familia, o al servicio más cercano, o a esos súbditos míos que piensan que sólo soy una vieja chocha y trasnochada reliquia institucional. Para que vean que sí, que lo soy. Nada que haga temblar los cimientos del Imperio por esta octogenaria que lo único que ha hecho en esta vida es hacer lo que debía hacer. El Primer Ministro respirará aliviado y yo ganaré en confianza. Sí, primero escribiremos un cuento y luego…la abdicación.
Lo que ocurre es que entre las Guerras y los deberes de esta institución a la que sirvo, mucho-mucho no puedo contar. Para mí siempre han sido unos días más de trabajo. Visitar algún hospital, amadrinar un orfanato, el mensaje institucional de Nochebuena y su consiguiente posado con la familia real ante el abeto del jardín, que siempre es el mismo como siempre es la misma su decoración. Y con esa sonrisa mía, que ya sé que parece tan falsa, pero es que no tengo otra, ni ganas. A mí lo que realmente me gustaría es inaugurar la iluminación navideña de Harrods. Llegar muy peripuesta en un descapotable blanco, cruzar esa alfombra verde entre flashes y vítores, apretar el botón y que se haga la luz. Eso sí que sería un auténtico baño de masas y no las inauguraciones a las que me hacen ir. Pero dudo mucho que el rencoroso egipcio ese me lo ofrezca nunca. A mí no me importaría tanto que ése estuviera un rato ante mi presencia. Yo, que lo he visto ya todo en este mundo, que he alternado con genocidas de ayer y de hoy, siempre por obligación, he de decir. A mí, a mí no me importaría. Pero entre lo de la nacionalidad y lo de mi exnuera con su Dodi, dudo que se cumpla esta ilusión nunca. ¡Qué le vamos a hacer¡ Aunque esa, esa sí que sería una Navidad nada común para mí.

London Christmas Lights: HarrodsPhoto
©
vtsr (Creative Commons Some Rights Reserved)

Una Sartén real, como la vida misma.


Lástima que volvió a pasar: no conseguimos reunirnos todos. Cambios laborales de última hora impidieron asistir a C. y R. Con lo bien que le hubiesen quedado las joyas de la corona a C. ¡Y con lo monárquico que es R.! ¡Qué disgusto! Y nuestra querida Abutrí, desde Getafe hace tiempo que le es imposible venir en cuerpo, que no en espíritu: ¡Viva la República!, la imaginamos gritando como una cibelina libertaria.

Una cita cercana a estas fechas tan señaladas, dónde además de leer el libro, tocaba traer un cuento de navidad de cosecha propia. Hicieron los deberes: Closeau, Insonrible, Samedimanche, Kira, Todos muertos por el Lobo y Toronto. Se aceptan rezagados.


Pero empecemos por el libro. Una lectora nada común gustó. La mayoría quedó contenta con este divertimento de ficción entorno a la figura de Isabel II de Inglaterra. Una comedia ligera. La única que discrepó fue Insonrible. Desde su isla robinsona, mostró cierta indignación por lo que consideró una obra de encargo destinada descaradamente a limpiar la imagen de la reina. A humanizarla, a disculparla de su manera de ser por la educación que ha recibido y el ambiente cerrado que la ha convertido en una marciana, por encima del bien y del mal. Valoración, la del encargo, que terminamos aceptando todos, aunque cuestionando si a la postre le acabó gustando o no a la reina el resultado. Así salió a colación el caso del famoso retrato que la misma Isabel II encargó a Lucian Freud y la cara desencajada que le debía quedar al ver aquello:

Lucian Freud
Queen Elisabeth II, 2001

Repasamos buena parte de los libros que aparecen (listados ya en un post anterior). Imposible nos pareció que devorase tanto en tan poco tiempo por muy opsímata que fuese la reina. Aunque con el duro trabajo que realiza y esas largas estancias en Balmoral, nadie se atrevió a decir que no parecía verosímil. Más que menos, algunos de los libros y autores citados los habíamos leído u oído nombrar, siendo Samedimanche, opsímata de nacimiento (sic) la que más. Porque ella lee y si quieren ser como ella, lean (entre otras cosas, claro). Y sobre la lectura, Kira destacó con agrado una frase, una guinda que Bennett coloca perfecta: “…las novelas no se leen en línea recta”. Esto dio pie a hablar de la cantidad de lectores de postín que circulan por el mundo. Por otra parte, entre otras fobias, coincidimos en cierto miedo/resquemor hacía Proust, aunque ahí Insonrible volvió a discrepar e incluso a anunciar que cuando le tocara escoger libro, la próxima vez recurriría a uno de los volúmenes de de En busca del tiempo perdido. Quizás el que habla de la famosa magdalena, recurso cansino éste para hablar de Proust, que parece ya un sobao. No como recordar again el momento antológico de nuestra querida Clouseau, metiendo ella una magdalena de enorme tamaño radioactivo en una minúscula taza de café…


Alan Bennett despertó interés. El Sr. Lobo (Yosoyjulián), siempre bien documentando, explicó que en el Reino Unido, Bennet es un personaje hiperactivo y muy popular. Recomendó las versiones cinematográficas de Los chicos de historia (obra de teatro que hace poco estaba en cartel en Barcelona, dirigida por Josep María Pou) y La locura del Rey Jorge (Nicholas Hytner, 1994). Nos explicó también que debemos a Bennett guiones tan esplendidos como el de Ábrete de orejas (Stephen Frears, 1987). Kira leyó La dama de la furgoneta antes de Una lectora… Por la veracidad de la sentida historia de la vagabunda que vivió delante de la casa de Bennett, le llegó y gustó más que la historia entorno la reina. Como dijo Samedimanche, la verdad en Una lectora… termina en el jardín de Buckingham paseando a los perros, a partir de ahí, cuando encuentra el bibliobús… todo es pura invención.

¡También hubo espacio para el papel couché! Pero en lugar de la familia real inglesa, el objetivo fue, como no (lo sentimos Abutrí): Belén Esteban y su operación. Pero duró poco… Más interesante nos parecieron las anécdotas de Yosoyjulián con la Infanta Cristina y Undargarin, clientes del cine dónde nuestro lobo hombre en el Eixample trabajaba de encargado. Por ejemplo, cuando doña Cristina salió a hacer un pis a media proyección con el correspondiente comentario: “Voy al servicio, ¿Te quedarás con mi cara, no? “ Momento digno de un Bennett patrio…

Y hasta aquí algunos apuntes de la velada. Apuntes que de bien seguro se pueden ampliar, completar o apelar... Antes de terminar y pasar a mostrar los cuentos de navidad… De momento pero, sólo un penúltimo apunte más. Es sobre el próximo libro: Por primera vez leeremos en La Sartén a una autora hispanoamericana. Kira escogió La Isla de la Pasión de Laura Restrepo.

sábado, 19 de diciembre de 2009

La Sartén republicana


Domingo, 20 de Diciembre de 2009.
A las 17:00 h., una hora muy british para reunirnos entorno a
Una lectora nada común de Alan Bennett
en la República Independiente de la casa de Toronto.

Y si han hecho los deberes...
¡No olviden traer sus cuentos navideños!

viernes, 18 de diciembre de 2009

Sarten Variety Performance

¿Asistirá Isabel II de Inglaterra el próximo domingo 20 de diciembre a la reunión de La Sartén Littéraire?


La última vez que se la vio en un evento de semejante categoría fue el pasado 7 de diciembre, cuando asistió a la gala Royal Variety Performance, cargada con buena parte de las joyas de la corona y con un vestido negro que daría para una par de cortinas de un salón de Buckingham Palace y otro más de Balmoral. El RVP se celebra desde 1912 y fue creado para ayudar a los artistas con problemas económicos. Además de Lady Gaga (en la foto, la rubia de rojo, justo en el besamano...), allí estaban: Michael Bublé, Alexandra Burke, Hal Cruttenden, Miley Cyrus, Diversity, Adam Hills, Bob Golding, Les 7 Doigts de la Main, Katherine Jenkins, Patrick McGuinness, Jason Manford, Pilobolus , Mika, Bette Midler con Jake Shimabukuro, Andre Rieu, Faryl Smith, Paul Zerdin, Whoopi Goldberg ,Anastacia, Lulu y Chaka Khan… Si quieren, que vengan también ellos.
¡Estan todos invitados! ¡No se lo pierdan!

(Foto: Gallery)